Por: Francisco Durand
Nuestra sociedad (la manera como nos organizamos
colectivamente para vivir en paz en este territorio llamado Perú) está
descompuesta. Este lamentable estado rige a pesar de que tenemos una
Constitución y cientos de leyes, que en parte se emiten para tratar de mejorar,
creyendo ingenuamente que así arreglamos los problemas. En realidad, no son las
normas sino el comportamiento social y las instituciones los que deben cambiar.
Recordemos aquello de hecha la ley, hecha la trampa. A más leyes, igual
descomposición social. Pocos las respetan, la mayoría finge hacerlo o la
desafían abiertamente.
Crisis valorativa
Una de las manifestaciones de una sociedad descompuesta como
la peruana actual es que el país ha perdido un sistema de valores social y
nacional sin reemplazarlo por otro mejor. Esta pérdida ha ocurrido lenta pero
persistentemente desde los años 1950 a la actualidad y se ha acentuado hasta
llegar a niveles inaceptables en las últimas décadas. El viejo sistema de
valores que ponía el énfasis en “el respeto a los mayores” o los “preceptos de la Santa Madre
Iglesia” ha perdido vigencia. Tampoco el
“amor a la patria” o el sentido de entrega de la militancia política para
dirigir a los más pobres hacia la redención social que practicaron los viejos
partidos, empezando por el APRA y siguiendo por las izquierdas, se han
mantenido. La mística sindical ha desaparecido con los sindicatos. Estos viejos
sistemas valorativos de los hogares, la iglesia, las fuerzas armadas o los
antiguos partidos y organizaciones sociales se debilitaron sin dar lugar a
otros mejores y más universales. Ergo, se generó un vacío valorativo. Como ya
no hay reglas sociales ni instituciones viables (salvo en pequeños bolsones),
cada cual hace lo que le parece, así haga daño a los demás. Lo que rige
entonces son antivalores expresados en un comportamiento trasgresor, en un
individualismo extremo que se corresponde con el capitalismo salvaje que
tenemos.
Las causas
Esta crisis valorativa empezó mientras el país se fue
“modernizando” a medida que la migración se acentuó y se triplicó la tasa de
crecimiento poblacional. El Perú se urbanizó alocadamente y luego el campo
también terminó siendo afectado por las presiones consumistas de todo tipo. En
los años 1980 entraron en acción varios factores de crisis que acentuaron una
cultura de trasgresión normativa, preparando las condiciones para que
desaparezcan los viejos valores sin reemplazarlo por un republicanismo
ciudadano. Primero, fue la recesión económica que vino con inflación,
iniciándose en el segundo gobierno de Belaunde y agravándose con el primer
gobierno de Alan García. La gran crisis generó desempleo masivo, devastó las
formas de sobrevivencia y empujó a la población a agenciarse ingresos de
cualquier manera, haciendo mil oficios, así no fueran legales.
A la recesión se juntó un segundo factor, la erupción de la
corrupción. Este proceso fue generalizado pero se agravó desde la presidencia
de García en 1985-1990 y no ha parado desde entonces. Lo confirma la sucesión
de bandidos presidenciales que, con la excepción de Valentín Paniagua, se han
mantenido en el poder hasta la actualidad. Ellos dieron la señal que el Estado
y los recursos públicos, las funciones públicas, el cargo y el uniforme, podían
servir para enriquecerse y luego salir de compras. Ser autoridad era un
mecanismo efectivo para depredar los bienes públicos y usar el cargo para
extorsionar a los peruanos que tuvieran la mala suerte de no tener papeles en
regla o ser enjuiciados.
El tercer factor tiene que ver con los modelos económicos,
que empujaron a gran parte de la masa trabajadora a la informalidad y la
delictividad, generando junto con la recesión y la corrupción estatal la base
estructural de la trasgresión institucionalizada. La migración y el crecimiento
poblacional generaron una fuerza de trabajo abundante que el sistema mismo no
podía emplear. El modelo estatista y de protección de mercado, acentuado con
Velasco y continuado hasta el primer gobierno de García no lo resolvió,
sucumbiendo en la recesión de los 80.
Fracaso Neoliberal
Luego vinieron los neoliberales en 1990, que sostuvieron
(entre ellos De Soto, el teórico de la informalidad urbana) que con mercados
abiertos y desregulación se generaría una dinámica de mercado que acabaría con
la informalidad, que con reformas como la titulación y la eliminación de
barreras burocráticas se sentarían las bases de la modernidad. Lo que en
realidad ocurrió fue un reparto de los activos estatales a grandes grupos de
poder económico y las transnacionales y grandes oportunidades especulativas
como la recompra de los bonos de la deuda externa y un consumismo desenfrenado.
Con el modelo libremercadista, y la bonanza exportadora
2002-2012, se reactivó el extractivismo pero siendo intensivo en capital y
escaso en generar empleo directo. Volvimos entonces a un modelo de crecimiento
sin desarrollo, de nuevos ricos y nuevos pobres, también con una nueva clase
media, pero con corrupción, en una situación donde la mayoría poblacional no
entra a la formalidad y la mayoría de las autoridades roban y abusan, y donde
quienes han ascendido socialmente corren el riesgo de hacer el camino de vuelta
apenas termine la bonanza. Ese momento ha llegado.
Con el consumismo que vino con la recuperación
y la apertura, se reforzó una cultura de individualismo salvaje hoy
predominante. Las reformas neoliberales aceleraron entonces una tendencia a
comprar para satisfacer un deseo reprimido de consumo, con deudas crecientes y
sin dar prioridad a las necesidades básicas de las familias. En medio de las
reformas neoliberales se entronizó el principio del lucro incluso para
actividades como la educación (siguiendo un plan del Banco Mundial),
apareciendo colegios y universidades que vendían títulos sin verdadera
instrucción profesional. De allí ha surgido una nueva generación de rectores
millonarios, destacando uno que tiene
aspiraciones presidenciales y que hace política diciendo: hay plata como
cancha. Habla incluso de una nueva raza que es, supongo, la raza de los trasgresores.
Las instituciones políticas y la representación han seguido
asimismo una tendencia declinante. Ha aparecido una nueva generación de
políticos plutócratas que sostienen que la plata llega sola y toda clase de otorongos en el Congreso. Una
mayoría de alcaldes y no pocos gobiernos regionales viven de la coima. Los
medios de comunicación de masas no se quedan atrás. Esta regresión cultural se
expresa en la prensa basura y la televisión basura, que refuerzan esa actitud
trasgresora e individualista salvaje.
Al fallar el modelo económico y tener una clase política y
medios de comunicación de masas que expresan la nueva cultura logrera, la
informalidad ha crecido, extendiéndose a provincias y luego a los espacios
rurales, que también han caído presa del consumismo, acelerando la disolución
de las viejas costumbres y del poco respeto a los mayores que quedaba. La
piratería de música y videos experimentó un enorme desarrollo, al igual que el
contrabando tipo “culebra”, organizado por mafias internacionales que entran
por Puno. La bonanza incentivó no solo a las grandes empresas formales (suerte
de lunares de modernidad que dominan los sectores más rentables pero que son
una suerte de enclave) sino también a las delictivas, acentuando y extendiendo
a todo el territorio la descomposición social. Aparecieron las mafias que
explotan oro y trafican con mujeres y niños en la sierra de Puno y en los
lavaderos de Madre de Dios, también los taladores ilegales maderas finas que se
concentran en Pucallpa. No faltan depredadores legales de los bosques
amazónicos, incluyendo un “empresario checo” que está sembrando palma aceitera de la peor manera en
Aguaytía. La producción de coca volvió a crecer y el Perú obtuvo el dudoso
título de llegar a ser el principal productor de cocaína del mundo, generándose
un nuevo corredor de la droga por tierra, río y aire hacia Bolivia y el Brasil.
Cabe señalar que tanto las economías informales como las delictivas generan más
empleo que las grandes mineras y petroleras, que los grandes bancos y fábricas,
evidenciando las limitaciones del modelo económico.
Al mismo tiempo, estas nuevas mafias
importaron métodos criminales del exterior, como el sistema de cobros de cupos
al transporte patentado por la Mara Salvatrucha de El Salvador, el asesinato
pagado con motos lineales de Colombia o el descabezamiento patentado por los
carteles mexicanos. Nuevas pandillas aparecieron por todo el país, desbordando
a la policía o quizás articulada a ellos en un sistema institucionalizado de
reparto de ganancias. El crimen callejero se agravó en plena bonanza, indicando
que no estaba asociado a la pobreza sino a una cultura de riqueza rápida y
consumismo y de cadenas globales del crimen. El tráfico de armas, por su parte,
aumentó la audacia de raqueteros y sicarios.
¿Es posible el cambio?
Existen dos maneras de atacar este problema para ir
revirtiendo la condición de sociedad descompuesta y caminar a una sociedad
recompuesta. El cambio debe venir de quienes no están comprometidos con esta
lógica depredadora y trasgresora, sea en el Estado, ese grupo de funcionarios y
tecnócratas que no forman parte de la descomposición, o de la propia sociedad,
activando la famosa “reserva moral” que apareció fugazmente con Paniagua el 2000 y cuya tarea
fue incompleta y que en buena parte ha sido revertida. El cambio, además lo
deben planear y ejecutar peruanos, no entidades extranjeras.
El cambio entonces puede venir de arriba,
desde las autoridades sanas y competentes, o de abajo, desde la mejor parte de
la sociedad. Un optimista afirmaría que es posible, que tales potencialidades
existen y que con un buen Estado y una mejor democracia se podría generar una
moral republicana. Un pesimista argumentaría lo contrario, que es demasiado
tarde, que el sector sano y responsable se está achicando; entonces el país
estaría condenado y puede fácilmente convertirse en un narco Estado o en un
Estado Fallido.
No
descarto un tercer escenario. Que la descomposición se mantenga, avanzando o
retrocediendo según nos toquen buenos o malos gobernantes, pero manteniéndose
esencialmente los rasgos de sociedad descompuesta que ahora tenemos. ¿Qué nos
espera en las elecciones del 2016?
Del semanario: Hildebrandt en sus trece: No265