Hoy sentado aquí perdido en ese valle profundo de la nostalgia,
trato de volar en la nave llamada recuerdos, me veo y nos vemos: mozos,
rebeldes, desafiantes, pero soñadores y conscientes de lo que queremos, de lo
que soñamos.
Esa esquina. Puerto de mis vivencias, muelle de adolescencia,
con esa mancha más que amigos eran hermanos, en las buenas y en las malas. En
ese espirito patriotero, irreverente y chonguero de festejar a la Patria con
nuestro desfiles, de salud o ¡No jodas pe huevón! ¡Marcha!
Una fidelidad a prueba de balas, que cada uno sabe y lo
compartirá en su momento. Discusiones, mandaras de mierda, pero ante todo
solidaridad. Todos o ninguno, sí pues,
como cuando todos fuimos a parar al
calabozo de Jorge Chávez, por proteger el trago y el parque, el sagrado parque.
Tiempos idos de
amores frustrados y banales. Diálogos de cine, filosofía, parasicología, música,
política, vivencias cotidianas, mujeres, fútbol, en fin, huevadas; pero buenas huevadas que era
el sinónimo de pasarla bien o de la puta madre.
No eran borracheras, eran noches de bohemia, que es el arte
de aprender de escuchar para la vida: nuestras confesiones, nuestros miedos,
nuestras valentías. Con cantora a todo volumen o quizás con la guitarra, más
que tocarla la estrangulábamos y a grito de un charro, éramos conchudos en
decir “Está saliendo igualito”
Extremistas por joder, aventureros de corazón, como ir al
volcán tutelar. Pero religiosos los gran putas, con el valor de ir a un
santuario y perderse, aventura al máximo y reflexión para la vida.
Del deporte mejor no recordar, porque era nuestro sello
indeleble, quizás para unos con el sueño de ser grandes en el fútbol y otros
solo pasarla bien.
Está llegando el invierno en mi vida, la Navidad está cerca
y la nieve comienza invadir mi cabeza. Hay veces que esos recuerdos quieren fugar de la celda de mi
memoria, pero hago el esfuerzo para retenerlos y dibujar en mi mente esa
esquina, ese barrio de grandes personas, que todos juntos vivimos los años
maravillosos.
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