Una mañana, descubrí un nuevo personaje en las terribles mazmorras.
—¡Es el «Comandante Chuco»! —exclamó Joel.
Se trataba de un muchacho de veintitantos años, vestido con un gran
saco marrón que lucía dorados galones en las hombreras, llevaba un raído
pantalón azul y grandes botas de soldado, vendía cigarros y dormía en la celda
de los comunes. Los políticos comentaban que el «Comandante Chuco» era un
acusado de terrorismo, que llevaba en prisión más de cuatro años y que los
siquiatras lo habían declarado loco, por eso lo mantenían separado de nosotros;
también me enteré que el «Comandante Chuco» había sido uno de los más
brillantes alumnos de la Universidad Nacional de Ingeniería, detenido en 1988 y
enviado a prisión en aquellas épocas en que las cárceles eran centros de
adoctrinamiento senderista y que el muchacho vivía desesperado porque su
familia, que era muy pobre, lo había abandonado y no tenía noticias sobre su
juzgamiento. Entonces el director del penal sedujo al muchacho para que se
convirtiera en soplón y con regalos y promesas de pronta liberación, el
compadre vendió su alma al diablo
y se convirtió en confidente de la policía.
Luego de un tiempo, los senderistas descubrieron las actividades de
soplonaje del estudiante y lo expulsaron del pabellón rojo. El muchacho quedó
solo y abandonado en medio de los delincuentes. Los forajidos se enteraron que
los terroristas lo habían arrojado de sus predios por soplón.
Estaba totalmente solo el asustado estudiante, uno de los «caciques»
le echó el ojo y se lo llevó a su celda para convertirlo en su mujer. Cuchillo
al cuello, fue violado el infeliz, luego lo traficaron por todo el penal. Así vivió
un largo tiempo entre los hampones como «prostituta».
A consecuencia del violento impacto sicológico y las enfermedades venéreas
contraídas en sus aberrantes contactos sexuales, el desventurado muchacho cayó
en un estado de shock permanente que le hizo perder la razón, hasta que una
caritativa asistenta social se encargó de tramitar su tratamiento en el
hospital siquiátrico Larco Herrera.
Luego lo trasladaron a la carceleta donde se encontraba ya varios
meses, su expediente seguía durmiendo por la falta de un abogado.
Aún quedaba en él algo del antiguo estudiante, siempre caminaba con un
sucio folder bajo el brazo y todo el día estaba atareado con sus operaciones matemáticas,
aunque siempre terminaba equivocándose. Estaba muy preocupado el «Comandante
Chuco» y buscaba a través de todas las celdas a un personaje influyente para
que le consiguiera una beca en el extranjero. Era un loco pacífico el rocambolesco
personaje, siempre se le veía caminando por el patio o parado tras las rejas de
su celda, esperando al encumbrado personaje que lo enviaría a proseguir sus
estudios en Europa. Sus pasos eran lentos y una espesa niebla en su mirada
conmovían profundamente.
—¡Usted puede conseguirme una beca en Rusia para el programa de
Ingeniería Electrónica? —me dijo una tarde el muchacho con voz suplicante.
Ananías, los mellizos Venancio y Bolero
(Del Libro: Las Cárceles del Emperador. Autor: Jorge Espinoza Sánchez)
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