En el amanecer de sus 15 años,
había experimentado una sensación nueva. Desde que llegó y siendo aún niña
siempre lo veía en la calle jugando. Ese niño que para muchos era travieso y
para otros malcriado, pero para ella le parecía gracioso y simpático.
Y apoco de llegar la primavera de
su vida, tenía que dar una respuesta, ser su primera novia y él ser su primer
novio. Se preguntaba cómo decirle que sí. Quería contárselo a alguien. Se
preguntaba y después qué.
En la radio sonaba una canción de
Pimpinela y luego de Daniela Romo y ella soñaba. ¿Le gustará? Se interrogaba, y
en su pensamiento se respondía. No, él no es romántico, debe estar con toda esa onda de los subterráneos.
Una noche, llegando del colegio
le alcanzo en el auto stop. Ella le entregó un pedacito de papel que
significaba un inmenso cariño, su mundo estaba plasmado en esas dos palabras “Sí
quiero”.
El sonido de una bocina de un
auto le trajo de ese valle profundo de la nostalgia, de ese recuerdo de 30 años
atrás. Y ahí estaba él, caminando entre la multitud de gente apresurada, era
medio día en esa gran avenida, pese a los años ella pudo reconocerlo. Ella
siempre en su soledad se recordaba de él, su primer novio.
Ahí pasaba él. Él que en ese
momento de su adolescencia significó toda su vida. Ahora ella ya realizada, con
hijos mayores y divorciada pensó por qué no.
Y con la vista lo miraba perderse en ese mar de gente. Quiso correr,
alcanzarlo, preguntarle un sinfín de cosas. De pronto una inquietud surcó su
mente ¿Estará casado? Y se quedó petrificada, plantada, paralizada. Se volvió y
siguió su camino.
Él seguía su rumbo, apurado,
acelerado, camino al juzgado a firmar su divorcio.
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