Para mucha
gente, Irlanda evoca imágenes de verdes campos y valles
cubiertos por la bruma. No obstante, fuera de la industria turística, un
paisaje agradable no suele producir riqueza, de modo que este tipo de vistas
sólo pertenece a las páginas a todo
color de los folletos de las agencias de viajes.
Cuando Irlanda obtuvo si independencia como nación
en 1922, era un país eminentemente rural. Sus gobernantes y ciudadanos miraban
con codicia hacia el cuadrante nororiental de la isla, el cual seguía perteneciendo
a Gran Bretaña. Esa región era más rica; era la única región de Irlanda que
había presenciado una extensa industrialización. Así, el resto de la isla
parecía destinado a permanecer eternamente verde y pobre; su mayor exportación
era la gente. Esto propició que la falta de autoestima creciera. Había un
sentimiento de que el país era víctima de fuerzas más allá de su control.
A partir de 1960
se realizaron intentos por atraer
industria manufacturera del extranjero. La Autoridad de Desarrollo
Industrial (IDA, por su sigla en inglés), una oficina gubernamental, construyó infraestructura e
instalaciones industriales, mientras que
el gobierno ofrecía generosas exenciones de impuestos, como una moratoria de diez años
sobre pagos de impuestos corporativos. Estas maniobras tuvieron éxito solo en
parte. La competitividad irlandesa era baja. Y la infraestructura (a pesar
de los mejores esfuerzos de la IDA) en muchos sectores se encontraba
hundida en un abismo. Un ex director de la IDA contaba que, en cierta ocasión,
llevaron en helicóptero a un potencial inversionista a ver un lugar para unas
instalaciones para que no sufriera por
el espantoso estado de las carreteras.
A fines de los
años 70 y principios de los 80, la geografía física todavía desempeñaba un
papel importante en la economía internacional, y la localización de Irlanda en
la lejana periferia occidental de Europa significaba que simplemente estaba
demasiado lejos de los mercados potenciales. A la mayoría de quienes se establecieron allí los
atrajo la posición de Irlanda como miembro de la Comunidad Europea. La
dependencia del país de las operaciones comerciales en el exterior hizo al
sector industrial vulnerable a las tendencias en el ciclo global de los
negocios.
La emigración de Irlanda aumentó de nuevo en la
década de 1980, pero a diferencia de muchos de los primeros emigrantes de ese
país, ahora solían ser personas con muy buen nivel de educación las que abandonaban la isla. Asimismo, a
diferencia de los primeros emigrantes, con frecuencia regresaban a Irlanda
después de haber adquirido experiencia y buenos contactos fuera del país.
Comenzó entonces a surgir entre los irlandeses un nuevo sentimiento de
autoestima y, con éste, una nueva
actitud hacia el resto del mundo.
Irlanda ya no era un lugar de exilio sino uno e oportunidades y una fuente de
prosperidad.
El
hecho de que el país no hubiera aprovechado la oportunidad de emprender
la industrialización se iba viendo, cada
vez más, como una bendición. Ello significaba que no existía allí una
planta industrial inactiva ni una fuerza de trabajo desempleada, nacida y
criada para la industria pesada. Significaba también que la economía del país
podía aprovechar las nuevas tendencias al otro lado de sus fronteras en la economía global. Irlanda podía comenzar
desde cero. A fines de los 80, los desarrollos de la tecnología cibernética
dejaron bien en claro que los empleos y la prosperidad podían encontrarse en el extremo del cable de
teléfono. El potencial de Irlanda para desempeñar un papel trascendental en el sector de la tecnología de la
información se volvió una realidad. Se promovió una mayor preparación en el
campo de la informática entre todos los sectores de la población, y se mejoró
la infraestructura de las telecomunicaciones. En 1992 surgió la visión de
Irlanda como el “centro electrónico de
Europa”. Europa se encaminaba en dirección a un mercado único, así que ¿por qué
no podía Irlanda encontrar un
nicho muy rentable como base para la
penetración de las telecomunicaciones en ese mercado? El país ya contaba con
una gran base de trabajadores jóvenes y bien preparados que podían satisfacer
las demandas de la mano de obra de los inversionistas.
La naturaleza visionaria y casi profética
del concepto de centro electrónico se hace evidente cuando se recuerda que fue
desarrollado en 1992, es decir. Antes de que Internet se integre al mundo
comercial.
Del Libro: EL PRÓXIMO ESCENARIO GLOBAL. Autor: Kenichi Ohmae
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