"Betty" tenía 17 años cuando huyó de casa. Su
madre la había abandonado de muy pequeña, y su padre había muerto. Fue criada
por una tía alcohólica que la golpeaba. Pero, a diferencia de otros que escapan
sin saber dónde irán a parar, Betty tenía un plan.
Durante meses, algunos amigos le habían hablado de las
guerrillas en las cercanías. Decían luchar contra la pobreza y para construir
un gobierno del pueblo. Betty decidió unírseles, hacer algo - dice - contra la
miseria y la injusticia. A los 27 años, Betty probablemente aún se ve como era
en ese momento: joven, pero medida en sus palabras, racional. Su cabello negro
apenas roza el cuello de su camiseta. Sus ojos rasgados y pómulos pronunciados
le confieren una belleza frágil, casi oriental. Sin embargo, creo que no
repararía en ella si me la cruzara por la calle.
Estamos sentadas en el auto que he alquilado para llegar
hasta aquí desde Huamanga, la ciudad donde nació el Partido Comunista del
Perú-Sendero Luminoso. El único lugar en el cual Betty se siente cómoda para
contarme su vida como senderista es el asiento trasero del auto, con las
ventanas cerradas y a salvo de oídos extraños. Betty está en la hora de
refrigerio en su empleo como auxiliar en una escuela. En lugar de comer, está
hablando con esa especie de ritmo fijo, incesante, de quien describe imágenes
que relampaguean en una pantalla de cine.
Me cuenta que, el día señalado para la partida, enrolló un
par de pantalones, sus zapatillas y una camiseta, y los colocó al fondo de su mochila
escolar. Ella y su mejor amiga hicieron a pie los cinco kilómetros que las
separaban del lugar de la cita. Betty recuerda que parecían dos palomillas que
faltaban a la escuela para ir de picnic.
"Nos habíamos prometido no tener miedo", dice
Betty. "Nos íbamos de casa a luchar por una causa". Que los jóvenes
latinoamericanos se unan a grupos guerrilleros no es novedad: es casi un rito
de iniciación, lo mismo que estudiar en una universidad radical antes de
ingresar a trabajar a un prestigioso estudio de abogados. Pero ahí comienza y
termina lo que la militancia de Betty en
Sendero Luminoso tiene en común con estos ejemplos.
Actualmente y en todo el mundo, no hay otro movimiento subversivo en el cual
las mujeres jueguen un rol tan prominente. Según autoridades penales peruanas,
la tercera parte de los acusados de actos terroristas atribuidos a Sendero
Luminoso son mujeres. Desde 1990, las investigaciones de inteligencia policial documentan
la presencia de ocho mujeres entre los 19 miembros del clandestino Comité
Central del Partido, así como la de dos integrantes femeninos en un Politburó
compuesto por cinco miembros. De hecho, lo más corriente es que sea una mujer
la encargada de dar el tiro de gracia a los oficiales policiales y militares atacados,
por los especialmente entrenados escuadrones de aniquilamiento de Sendero
Luminoso. El senderismo declara que el 40 por ciento de sus militantes son
mujeres.
Betty dejó a su tía una carta diciendo que jamás regresaría.
"Mi familia es el pueblo", rezaba la carta. "Ya no pertenezco a
esta familia. Cuando la gente pregunte, diles que un día me fui sin mirar atrás".
Partir la hizo muy feliz, más de lo que había sido hasta entonces. Ella y su
amiga se echaron sobre los hombros las mochilas, con sus secretos enrollados
dentro. A la distancia, los campesinos trabajaban a duras penas sus rocosas
parcelas. Betty sintió como si les gritara que la ayuda llegaría pronto. Ella
volvería. "Ese fue el principio", cuenta Betty, "de lo que pensé
que sería mi nueva vida"
(Del libro. Las Mujeres de Sendero Luminoso. Autor: Robín Kirk. 1993)
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