sábado, 6 de febrero de 2016

La joven senderista



"Betty" tenía 17 años cuando huyó de casa. Su madre la había abandonado de muy pequeña, y su padre había muerto. Fue criada por una tía alcohólica que la golpeaba. Pero, a diferencia de otros que escapan sin saber dónde irán a parar, Betty tenía un plan.
Durante meses, algunos amigos le habían hablado de las guerrillas en las cercanías. Decían luchar contra la pobreza y para construir un gobierno del pueblo. Betty decidió unírseles, hacer algo - dice - contra la miseria y la injusticia. A los 27 años, Betty probablemente aún se ve como era en ese momento: joven, pero medida en sus palabras, racional. Su cabello negro apenas roza el cuello de su camiseta. Sus ojos rasgados y pómulos pronunciados le confieren una belleza frágil, casi oriental. Sin embargo, creo que no repararía en ella si me la cruzara por la calle.
Estamos sentadas en el auto que he alquilado para llegar hasta aquí desde Huamanga, la ciudad donde nació el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso. El único lugar en el cual Betty se siente cómoda para contarme su vida como senderista es el asiento trasero del auto, con las ventanas cerradas y a salvo de oídos extraños. Betty está en la hora de refrigerio en su empleo como auxiliar en una escuela. En lugar de comer, está hablando con esa especie de ritmo fijo, incesante, de quien describe imágenes que relampaguean en una pantalla de cine.
Me cuenta que, el día señalado para la partida, enrolló un par de pantalones, sus zapatillas y una camiseta, y los colocó al fondo de su mochila escolar. Ella y su mejor amiga hicieron a pie los cinco kilómetros que las separaban del lugar de la cita. Betty recuerda que parecían dos palomillas que faltaban a la escuela para ir de picnic.
"Nos habíamos prometido no tener miedo", dice Betty. "Nos íbamos de casa a luchar por una causa". Que los jóvenes latinoamericanos se unan a grupos guerrilleros no es novedad: es casi un rito de iniciación, lo mismo que estudiar en una universidad radical antes de ingresar a trabajar a un prestigioso estudio de abogados. Pero ahí comienza y termina lo que la militancia de Betty en
Sendero Luminoso tiene en común con estos ejemplos. 
Actualmente y en todo el mundo, no hay otro movimiento subversivo en el cual las mujeres jueguen un rol tan prominente. Según autoridades penales peruanas, la tercera parte de los acusados de actos terroristas atribuidos a Sendero Luminoso son mujeres. Desde 1990, las investigaciones de inteligencia policial documentan la presencia de ocho mujeres entre los 19 miembros del clandestino Comité Central del Partido, así como la de dos integrantes femeninos en un Politburó compuesto por cinco miembros. De hecho, lo más corriente es que sea una mujer la encargada de dar el tiro de gracia a los oficiales policiales y militares atacados, por los especialmente entrenados escuadrones de aniquilamiento de Sendero Luminoso. El senderismo declara que el 40 por ciento de sus militantes son mujeres.
Betty dejó a su tía una carta diciendo que jamás regresaría. "Mi familia es el pueblo", rezaba la carta. "Ya no pertenezco a esta familia. Cuando la gente pregunte, diles que un día me fui sin mirar atrás". Partir la hizo muy feliz, más de lo que había sido hasta entonces. Ella y su amiga se echaron sobre los hombros las mochilas, con sus secretos enrollados dentro. A la distancia, los campesinos trabajaban a duras penas sus rocosas parcelas. Betty sintió como si les gritara que la ayuda llegaría pronto. Ella volvería. "Ese fue el principio", cuenta Betty, "de lo que pensé que sería mi nueva vida"

(Del libro. Las Mujeres de Sendero Luminoso. Autor: Robín Kirk. 1993)

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