viernes, 31 de julio de 2015

MARADONA




Jugó, venció, meó, perdió. El análisis delató efedrina y Maradona acabó de mala manera su Mundial del 94. La efedrina, que no se considera droga estimulante en el deporte profesional de los Estados Unidos y de muchos otros países, está prohibida en las competencias internacionales.
Hubo estupor y escándalo. Los truenos de la condenación moral dejaron sordo al mundo entero, pero mal que bien se hicieron oír algunas voces de apoyo al ídolo caído. Y no sólo en su dolorida y atónita Argentina, sino en lugares tan lejanos como Bangladesh, donde una manifestación numerosa rugió en las calles repudiando a la FIFA y exigiendo el retorno del expulsado. Al fin y al cabo, juzgarlo era fácil, y era fácil condenarlo, pero no resultaba tan fácil olvidar que Maradona venía cometiendo desde hacía años el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, según el Pequeño Larousse Ilustrado, significa “con la izquierda” y también significa “al contrario de cómo se debe hacer”
Diego Armando Maradona nunca había usado estimulantes, en vísperas de los partidos, para multiplicarse el cuerpo. Es verdad que había estado metido en la cocaína, pero se dopaba en las fiestas tristes, para olvidar o ser olvidado, cuando ya estaba acorralado por la gloria y no podía vivir sin la fama que no lo dejaba vivir. Jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, y no por ella.
Él estaba agobiado por el peso de su propio personaje. Tenía problemas en la columna vertebral, desde el lejano día en que la multitud había gritado su nombre por primera vez. Maradona llevaba una carga llamada Maradona, que le hacía crujir la espalda. El cuerpo como metáfora: le dolían las piernas, no podía dormir sin pastillas No había demorado en darse cuenta de que era insoportable la responsabilidad de trabajar de dios en los estadios, pero desde el principio supo que era imposible dejar de hacerlo. “Necesito que me necesiten”, confesó, cuando ya llevaba muchos años con el halo sobre la cabeza, sometido a la tiranía del rendimiento sobrehumano, empachado de cortisona y analgésicos y ovaciones, acosado por las exigencias de sus devotos y por el odio de sus ofendidos
El placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos. En España, cuando Goicoechea le pegó de atrás y sin la pelota y lo dejó afuera de las canchas por varios meses, no faltaron fanáticos que llevaron en andas al culpable de este homicidio premeditado, y en todo el mundo sobraron gentes dispuestas a celebrar la caída del arrogante sudaca intruso en las cumbres, el nuevo rico ése que se había fugado del hambre y se daba el lujo de la insolencia y la fanfarronería.
Después, en Nápoles, Maradona fue santa Maradonna y san Gennaro se convirtió en san Gennarmando. En las calles se vendían imágenes de la divinidad de pantalón corto, iluminada por la corona de la Virgen o envuelta en el manto sagrado del santo que sangra cada seis meses, y también se vendían ataúdes de los clubes del norte de Italia y botellitas con lágrimas de Silvio Berlusconi. Los niños y los perros lucían pelucas de Maradona. Había una pelota bajo el pie de la estatua del Dante y el tritón de la fuente vestía la camiseta azul del club Nápoles. Hacía más de medio siglo que el equipo no ganaba un campeonato, ciudad condenada a las furias del Vesubio y a la derrota eterna en los campos de fútbol, y gracias a Maradona el sur oscuro había logrado, por fin, humillar al norte blanco que lo despreciaba. Copa tras copa, en los estadios italianos y europeos, el club Nápoles vencía, y cada gol era una profanación del orden establecido y una revancha contra la historia. En Milán odiaban al culpable de esta afrenta de los pobres salidos de su lugar, lo llamaban jamón con rulos. Y no sólo en Milán: en el Mundial del 90, la mayoría del público castigaba a Maradona con furiosas silbatinas cada vez que tocaba la pelota, y la derrota argentina ante Alemania fue celebrada como una victoria italiana.

 Cuando Maradona dijo que quería irse de Nápoles, hubo quienes le echaron por la ventana muñecos de cera atravesados de alfileres. Prisionero de la ciudad que lo adoraba y de la camorra, la mafia dueña de la ciudad, él y estaba jugando a contracorazón, a contrapié; y entonces, estalló el escándalo de la cocaína. Maradona se convirtió súbitamente en Maracoca, un delincuente que se había hecho pasar por héroe
Más tarde, en Buenos Aires, la televisión transmitió el segundo ajuste de cuentas: detención en vivo y en directo, como si fuera un partido, para deleite de quienes disfrutaron el espectáculo del rey desnudo que la policía se llevaba preso.
“Es un enfermo”, dijeron. Dijeron: “Está acabado”. El mesías convocado para redimir la maldición histórica de los italianos del sur había sido, también, el vengador de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas, mediante un gol tramposo y otro gol fabuloso, que dejó a los ingleses girando como trompos durante algunos años; pero a la hora de la caída, el Pibe de Oro no fue más que un farsante pichicatero y putañero. Maradona había traicionado a los niños y había deshonrado al deporte. Lo dieron por muerto.
Pero el cadáver se levantó de un brinco. Cumplida la penitencia de la cocaína, Maradona fue el bombero de la selección argentina, que estaba quemando sus últimas posibilidades de llegar al Mundial 94. Gracias a Maradona, llegó. Y en el Mundial, Maradona estaba siendo otra vez, como en los viejos tiempos, el mejor de todos, cuando estalló el escándalo de la efedrina.
La máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta, eso tiene su precio, el precio se cobra al contado y sin descuentos. Y el propio Maradona regaló la justificación, por su tendencia suicida a servirse en bandeja en boca de sus muchos enemigos y esa irresponsabilidad infantil que lo empuja a precipitarse en cuanta trampa se abre en su camino.
Los mismos periodistas que lo acosan con los micrófonos, le reprochan su arrogancia y sus rabietas, y lo acusan de hablar demasiado. No les falta razón; pero no es eso lo que no pueden perdonarle: en realidad, no les gusta lo que a veces dice. Este petizo respondón y calentón tiene la costumbre de lanzar golpes hacia arriba. En el 86 y en el 94, en México y en Estados Unidos, denunció a la omnipotente dictadura de la televisión, que estaba obligando a los jugadores a deslomarse al mediodía, achicharrándose al sol, y en mil y una ocasiones más, todo a lo largo de su accidentada carrera, Maradona ha dicho cosas que han sacudido el avispero. Él no ha sido el único jugador desobediente, pero ha sido su voz la que ha dado resonancia universal a las preguntas más insoportables: ¿Por qué no rigen en el fútbol las normas universales del derecho laboral? Si es normal que cualquier artista conozca las utilidades del show que ofrece, ¿por qué los jugadores no pueden conocer las cuentas secretas de la opulenta multinacional del fútbol? Havelange calla, ocupado en otros menesteres, y Joseph Blatter, burócrata de la FIFA que jamás ha pateado una pelota pero anda en limusinas de ocho metros y con chófer negro, se limita a comentar: "El último astro argentino fue Di Stefano"
Cuando Maradona fue, por fin, expulsado del Mundial del 94, las canchas de fútbol perdieron a su rebelde más clamoroso. Y también perdieron a un jugador fantástico. Maradona es incontrolable cuando habla, pero mucho más cuando juega: no hay quien pueda prever las diabluras de este inventor de sorpresas, que jamás se repite y que disfruta desconcertando a las computadoras. No es un jugador veloz, torito corto de piernas, pero lleva la pelota cosida al pie y tiene ojos en todo el cuerpo. Sus artes malabares encienden la cancha. Él puede resolver un partido disparando un tiro fulminante de espaldas al arco o sirviendo un pase imposible, a lo lejos, cuando está cercado por miles de piernas enemigas; y no hay quien lo pare cuando se lanza a gambetear rivales.
En el frígido fútbol de fin de siglo, que exige ganar y prohíbe gozar, este hombre es uno de los pocos que demuestra que la fantasía puede también ser eficaz.

(Del Libro: El Fútbol  a Sol y Sombra. Autor: Eduardo Galeano)

lunes, 27 de julio de 2015

LOS OLVIDADOS


Ordinariamente se ha estimado que la Conquista del Perú acabó con la ejecución de Atao Huallpa; y así se enseña todavía. Pero no existe afirmación más falsa. Cuando el Inca fue agarrotado en Cajamarca, las guerras de los conquistadores contra los caudillos indígenas no se habían iniciado aún.
En efecto, fue sólo con el anuncio de su ejecución de aquel monarca indígena que sus generales, muerto ya su señor —liberados por tanto de toda promesa de pasividad—, empezaron las campañas militares contra los cristianos. Se iniciaron entonces las cruentas guerras de la Conquista del Perú; luchas en las cuales el español tuvo siempre a su lado a decenas de miles de indios aliados. Fue aquel un prolongado proceso heroico de cien batallas hasta hoy ignoradas por nosotros. Gloriosa resistencia que nos enorgullece con varías triunfos incaicos sobre las armas hispánicas. Épicas campañas en las cuales se formó un audaz pelotón de caballería peruana; y una elemental arcabucería incaica. Larga lucha que sólo habría de cerrarse con el asesinato de Manco Inca en las montañas de Vilcabamba la Vieja.
Por estas ideas nuestro libro constituye el primer intento peruano de escribir la historia de la conquista del Perú en forma integral. Pero posee, además, otra característica, que señalamos con interés. La de presentar también la “visión de los vencidos” y no sólo la de los vencedores. Al igual que un cronista del siglo XVI podemos afirmar nosotros que hemos trabajado esta obra “prosiguiendo la descendencia de los Reyes Incas de este reyno, y lo a ellos perteneciente, sin tratar despacio las cosas de los españoles, que por otros han sido ya tratadas”. De ahí que tanto resaltemos las victorias cuzqueñas sobre las mesnadas castellanas.
Tales afirmaciones no pueden extrañar. La Conquista Española fue, en realidad, el fruto de varias guerras; y se logró en un dilatado ciclo, muy sangriento, durante el cual brilló el valor de un pueblo que se resistía a la dominación extranjera. Etapa aquella en la que, asimismo, resaltó la astucia por encima de las virtudes del soldado. Los conquistadores, en efecto, si bien empezaron utilizando a miles de indios nicaraguas, guatemalas y panamás, así como a gran cantidad de negros africanos, pronto supieron, astutamente, obtener un apoyo mucho más efectivo. Engañando a numerosos caciques peruanos, apareciendo como dioses, y ofreciendo autonomía y privilegios, así como corrompiendo a jefezuelos locales, consiguieron la adhesión de numerosos régulos indígenas. Creemos que a la osada voluntad de aventura, sumaron siempre los castellanos la treta y la trampa. Cosas corrientes en aquellos tiempos y que el Occidente por igual aplicó, en todas partes, durante la conquista del mundo.
Aquí en el Tahuantinsuyo los españoles, dotados de cerca de medio siglo de experiencia en la sujeción de América, emplearon, con gran éxito, una antiquísima máxima: dividir para vencer. Lanzando a unos indios contra otros fueron destruyendo, en cruentas batallas, a los dos fuertes núcleos incaicos: Cuzco y Quito. Pero los cristianos no sólo azuzaron los odios mortales que dividían a las aristocracias Hanan y Hurin de estas dos metrópolis. Simultáneamente favorecieron el alzamiento de poderosos curacazgos integrantes del Imperio de los Incas.

Cuzco y Quito, así, no sólo se combatieron ferozmente con trágica e implacable saña, mientras los españoles se fortalecían en el Perú. Libraron también guerras intestinas. Cuzqueños y quiteñistas hubieron de soportar dentro de sus respectivas áreas de influencia, una insurrección de curacas súbditos en varias de las más importantes comarcas del Tahuantinsuyo. Estos caudillos indígenas locales, con su ciega rebeldía, fueron instrumentos inconscientes de los cristianos en la lucha hispánica contra los principales centros incaicos.
Esta fragmentación interna fue aun más notoria cuando la gran sublevación de Manco Inca. Con tantas discordias se careció de elementos esenciales para la consecución del triunfo: simultaneidad en los pronunciamientos sincronización entre los dirigentes; unidad en la estrategia. Fue funesto a los rebeldes que, a causa de rencillas aristocráticas y de odios dinásticos, jamás lograse Manco unir a todas las fuerzas nativas; las que, juntas habrían resultado imbatibles. La sublevación carecía de mando único y, con frecuencia, los peninsulares utilizaron hábilmente a su favor estas escisiones y, atizándolas, lanzaron a unos indios contra otros.
Sucedió así que hubo varias rebeliones en lugar de una maciza. Cada señorío procedió por su cuenta, levantándose a destiempo y acatando a sus caciques, quienes no siempre mantuvieron fidelidad a las exigencias populares. Distintos régulos por rivalidad con los Incas, no prestaron suficiente respaldo al movimiento central cuzqueño. Asimismo, ciertos Curacas engañados por la perfidia del agresor, o corrompidos por los españoles, lucharon, al igual que en México, al lado de los conquistadores, siguiéndolos en tan equívoco empeño, considerables masas de indios sometidos al mandato irrefutable de esos soberanos locales.
El Inca contó de modo permanente sólo con el poderoso núcleo tribal forjador del Tahuantinsuyo: los clanes gloriosos de los Cuzcos. Estos ayllus, creadores del Imperio Incaico, fueron el alma de la insurrección. Allí, en la estrecha franja ceñida por los ríos Vilcanota y Apurímac, estuvo el baluarte principal de la resistencia. Guerreando contra España, aspiraban a reconstruir el perdido Tahuantinsuyo. Distinta fue la actitud de otros grupos nativos. En efecto, las demás “naciones” autóctonas combatientes intervinieron, aunque con valentía, sólo en una que otra fase de la Reconquista sin aceptar la supremacía de los Cuzcos. Aspiraron a su propia autonomía.
Pese a esa situación, tan adversa, las derrotas ibéricas frente al Inca fueron numerosas. Podrían relievarse las infligidas a Hernando Pizarro en Ollantaytambo y a Gonzalo Pizarro en Chuquillusca; y estas batallas no constituyeron excepción. Manco venció a diversos jefes castellanos en Pillcosuni, Curahuasí, Jauja y Yeñupay. Por años tuvo en jaque a sus enemigos. Pero esto no fue todo.
Para comprender integralmente la magnitud de la Guerra de Reconquista, cabría agregar los sitios largos de Cuzco y Lima y los encuentros ganados por los lugartenientes del Inca. Tal 31 caso de las victorias alcanzadas por Titu Yupanqui, quien, sucesivamente, deshizo cuatro ejércitos conquistadores: los de los Capitanes Diego Pizarro, Gonzalo de Tapia, Cristóbal de Mogrovejo y Alonso de Gaete. De los mílites de esas magníficas expediciones, apenas quedaron vivos unos pocos: acabaron como siervos de Manco Inca. Campaña apoteósica la de Titu Yupanqui que culminó en la fuga de las tropas de Francisco de Godoy, ante las fuerzas incásicas que avanzaban, invencibles, hacia el océano. Fue entonces cuando los cuzqueños cercaron Lima. Otros héroes victoriosos fueron Ylla Tupac y Tisoc Inca, en el centro del Imperio y en el Titicaca, respectivamente.
¡Indios contra indios! Tal fue en realidad, el secreto de la rápida conquista del Tahuantinsuyo; porque las guerras de la penetración castellana eran, esencialmente, sanguinarias campañas de unas confederaciones tribales contra otras. Atroz contienda entre indios. Espantosas guerras civiles que los españoles aprovecharon hábilmente y sin escrúpulos. Anarquía política que los castellanos supieron reforzar a través del atizamiento del espíritu levantisco de numerosos régulos indígenas contra el orden imperial incaico.

Pero la crisis dinástica incaica, al momento de la conquista española, no puede explicarlo todo. Existían factores más profundos. Al caos político indígena se agregaron elementos que no eran fruto de las circunstancias de última hora, sino derivados de la esencia misma del Tahuantinsuyo. Nos referimos a la conformación multitribal del Imperio de los Incas. Como todo Imperio, fue un Estado constituído por diversas “nacionalidades”. Vastos señoríos separados entre sí por lenguas, dioses, costumbres, leyes y tradiciones. Eran federaciones cuyas altivas aristocracias, vencidas poco tiempo atrás por los Incas, apenas si permanecían sujetas por la autoridad imperial. No existía sentimiento nacional. Al ser atacada la organización incaica en su base por los conquistadores, muchos Curacas —ingenuamente— no vacilaron en dar su decidida adhesión a los cristianos, a los cuales, con frecuencia, se vio como portadores de autonomía local.
El Tahuantinsuyo no se hallaba, pues, suficientemente cuzqueñizado al producirse la agresión hispánica. La acción Unificadora del Cuzco había durado demasiado poco; y mucho faltaba aún Para que se formara una línea mínima de conciencia nacional, que comprendiese a todos los pobladores del imperio. Por ello, en algunos casos, el nivel político, todavía poco desarrollado en el Perú pre-hispánico hizo ver a los cristianos, no como conquistadores sino como libertadores. La conquista europea tomó forma de insurrecciones regionales contra el Inca.
Los españoles fueron así penetrando al Imperio. Auxiliaban a uno u otro bando según las conveniencias del momento. Aprovechando el caos, burlando a los jefes indios, minaron toda posibilidad de resistencia organizada. Frente al arrojo de los cuzqueños que se lanzaban sin miedo Contra el acero y el fuego, pudo más la astucia de los peninsulares, quienes eran protegidos por grandes masas de indios aliados. Las energías incaicas se gastaron en la lucha fratricida. Las de Occidente, en cambio, se aplicaron en objetivos muy concretos y perfectamente determinados.
Fue en medio de estas condiciones que se hizo factible el que unos diez mil españoles conquistasen el Perú en un decenio, cayendo dos mil de ellos en la lucha. Verdaderamente, tan reducida cifra de conquistadores llamó siempre la atención porque se había descuidado el estudio de la crisis interna que sufría la sociedad incaica. Y tal vez porque, también, olvidábamos que tal clase de derrumbes se han producido numerosas veces en la historia universal. Al respecto quizás el ejemplo más categórico lo proporcione el formidable Imperio Persa. Abarcaba desde el Danubio hasta el Indo, pero fue destruído por un pequeño número de falanges de Alejandro. Ocurrió así merced a terribles tensiones internas que afrontaba Darío III Codomano; las cuales estallaron ante la presencia del conquistador macedonio. Aunque ejemplo no menos válido lo proporciona la misma España Visigótica que apenas en un par de años fue conquistada desde Gibraltar hasta los Pirineos por sólo trescientos árabes, seguidos de algo más de cinco mil auxiliares bereberes norafricanos. Las luchas internas españolas frustraron una resistencia eficaz. Tanto la aristocracia coma el pueblo estuvieron divididos; en ambos grupos hubo una fracción poderosa a favor de los musulmanes invasores.
Aquí, por igual, se desintegró el Estado Incaico. Los curacas levantados contra Cuzco o contra Quito no midieron la trascendencia de su actitud. Como carecían de una conciencia nacional única, cada aristocracia actuó conforme a lo que creyó conveniente en aquel momento. La Política, —como se ha dicho— no era aun una ciencia muy avanzada entre aquellos nuestros pueblos de totems y de magia y de sagrados señoríos. Pero sí, en cambio, la Política gozaba de plenitud de desarrollo entre los peninsulares, quienes procedían de un mundo ya en plena mentalidad lógica.

Así, mientras el Cuzco, —y con él buena parte del Tahuantinsuyo—, reconoció al principio como intocables dioses a los españoles, otorgándoles el divino nombre de Viracochas, los conquistadores, duchos en los más arteros menesteres de la guerra, mantuvieron falazmente el engaño. Poco, pues, podían hacer indios que aún creían en deidades Viracochas salidas de las aguas, contra españoles venidos de la Europa Renacentista, cuyos ídolos eran el dinero y la inteligencia. Era el enfrentamiento de la franca amoralidad política del Occidente del siglo XVI con un pueblo que aún se enorgullecía del ama llulla”, del “no mentir”.
“El fin justifica los medios”, era un pensamiento que se practicaba con naturalidad en el viejo mundo, aunque no se confesase. Aventureros salidos de esos pueblos europeos fueron los que chocaron contra la sencillez de las colectividades antiguas del Perú. No sólo se enfrentaron, pues, el hierro contra a piedra y el arcabuz a la valentía elemental. Los dos mil quinientos años de evolución histórica que separaban al Tahuantinsuyo de España se reflejaron, por cierto, en ausencia de rueda y alfabeto, de pólvora y acero, de corceles y navíos entre nuestros indios, pero también plasmó tan dilatado lapso de diferenciación cultural en una conciencia política de menor desarrollo. En una mentalidad más llana; menos capaz del complicado juego de intrigo y ardid. Recursos que tanto cuentan en toda invasión.
Por estos motivos, con mayor razón aún, rendimos honores a los guerreros indígenas, especialmente cuzqueños, que cayeron heroicamente en defensa de su patria. A los que supieron morir en los mil combates que jalonan la historia de la Conquista del Perú. Titanes de la talla de Cahuide, negados hasta ahora en las historias oficiales. Héroes que hoy el pueblo peruano empieza a recuperar de un injusto olvido.
(1963).

(Del Libro: La Guerra de los Viracochas. Autor: Juan José Vega)

LA PRIMERA MUJER



HERNANDO DE SOTO

La tensión llegó a su punto más alto con el arribo de Hernando de Soto. El audaz capitán trajo consigo refuerzos de gente experimentada; y la primera mujer española: Juana Hernández, amante de este joven jefe o prostituta. Con su conocida audacia Soto aspiró pronto a ser el segundo del ejército; no ocultando su disgusto al ver en tal posición a otro joven e impulsivo capitán, Hernando Pizarro, quien le llevaba la ventaja insuperable de ser hermano del viejo jefe. La hueste de Soto, también, casi se rebeló. Habían dejado esos soldados “el paraíso de Mahoma” que era Nicaragua, con sus bellas indias, en pos de tesoros que hasta el momento no veían. 
A cambio de soñadas riquezas sufrían guerras e incomodidades. No faltaron hasta fugas, como la del cobarde Tesorero de su Majestad, Riquelme, quien se fue de secreto en uno de los barcos de abastecimientos. Se lo retornó a la fuerza, con orden expresa de Francisco Pizarro.Los ánimos al fin se aplacaron y a los tres meses de haber llegado los Pizarro a Puná se da la orden de pasar a Tumbes. Antes dispusieron algunas ejecuciones para calmar los ímpetus levantiscos de los punaeños. 
Estos indios no olvidarán los ultrajes sufridos. Habrían de vengarse, años después, comiéndose “coyuntura por coyuntura” al Padre Vicente Valverde, ya primer Obispo del Cuzco. Lo capturaron tras naufragar en aguas punaeñas, al reconocerlo como el irascible capellán de las primeras mesnadas de la conquista del Perú.

(Del Libro: La Guerra de los Viracochas. Autor: Juan José Vega) 

domingo, 26 de julio de 2015

Farewell - Los Cuatro de Chile



Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.

Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, Amada.
Para que nada nos amarre
que no nos una nada.
Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron tus palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.
Amo el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.
(Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.)

Amo el amor que se reparte
en besos, lecho y pan.

Amor que puede ser eterno
y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse
para volver a amar.

Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va.

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor.
Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.
Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.
Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
...Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.

CANCIONES: INVIERNO DE 1983  



Se sentía muy pequeño, insignificante, siempre le gustaba ver el ocaso del sol, observar como la inmensidad del océano se traga al astro rey, allí sentado en la blanca y suave arena, mira como el mar llega a besa la playa y se iba una y otra vez.
Sus ojos brillaban por el dolor de su corazón, fueron miles de horas estar con ella y ahora junto a su fiel cigarrillo sabía que era un muerto en vida, porque la razón de su existir se marchó.

"Humo pequeño tornado que en vuelve mis ojos, corazón sangrante un vaso de vino, triste cigarrillo que a compañas mis penas, que ves como muero callado contemplando el mar. Hay que cruel es sentir esta agonía morir de poco a poco fumar de noche y día....Humo las rradas figura que a tu paso formas me recuerda su pelo, sus manos, me queman sus besos de nuevo en mis labios como aquella noche en que dijo adiós"

El estruendo de las olas al llegar el firmamento, era similar de golpes de dolor que sentía a en su corazón y el frío que sentía en su pecho era más gélido que esa tarde de invierno, pero él con la mirada y triste opacada por las lágrimas que daban brillo a sus ojos, sabia que era el culpable, por no saber querer en la verdadera dimensión, pero él no era quien había sacado los "pies del plato", él no había pateado en tablero, pero quizás fue culpable para que ella cometiera el error de su vida; pero con todo eso se prometió que nunca, nunca la olvidaría y estaba convencido que ella también.

"Yo pintaré de rosa el horizonte y pintaré de azul los anheléis y doraré de luna tus cabellos, para que no me olvides, si dormida caminas dulcemente por un mundo de diáfanos jardines piensa en mi corazón que por ti sueña, y si una tarde en el altar lejano de otra mano cogida te bendicen cuando te pongan el anillo de oro, mi alma será una lágrima invisible en los ojos de Cristo moribundo, para que no me olvides"

Pero los hombres son como una caja de Pandora. Y por el dolor que sentía quería olvidarla, arrancarla de su pecho, quizás aquel ser en el fondo deseaba terminar con ese dolor, ese sufrimiento. Y ahí estaba la inmensidad, la bravura del aquel océano, y se dijo porque no consagrar su vida a la morada del rey Neptuno y olvidar de unas ves por todas todo este sufrimiento.

"Vivo pensando olvidarte y no lo consigo, tus recuerdos son espinas que hieren mi alma, dijiste que me querías pero no fue verdad, siempre jugaste conmigo y aunque supe amar..."

De pronto escucho su nombre y a lo lejos vio la silueta de una mujer que corría en busca de él, era ella. Sí, ella la que siempre estaba a su lado, en las buenas en las malas, cuando las papas queman, la que le amaba en un silencio y que todo el mundo escuchaba, su amiga, sí su fiel amiga, aquella mujer que solo él podía ver con ojos de hermano, más no de amante como la fiel amiga soñaba y deseaba. La hermosa mujer, lo miró y limpió su cara de esa lágrimas y le dio un beso, "la olvidaras, sé que la olvidaras yo te ayudaré".

"Deseando estaba olvidarme de ti, borrar de mí los momentos de amor, cada palabra jurada pasión, vuelvo asentir que me falta tu amor. Deseando estaba no pensar en ti y en cada rostro te veo venir, hasta mi sombra me habla de ti estoy sufriendo no puedo seguir. Quiero que el tiempo me ayude olvidar toda esa vida que te supe a dar que nunca mas yo te vuelva encontrar y con el tiempo te pueda olvidar"

Él miró el mar que significaba libertad, ella cogió su mano y partieron. Sus cuerpos se enlazaron en una noche de placer, ella hacia sus sueños realidad, él amaba en ese instante a la que se fue; pero ya todo estaba pactado, él partiría en su balsa imaginaria al jardín de lo desconocido y ella sería mujer que algún día amó.

"Quise olvidarte en el viento y no lo pude conseguir, por más que intento sacarme del recuerdo aquel amor, siempre me sigue entre sueños aquella noche de estrellas cuando fuiste mía. Pude cambiar de rumbo y borrarte desde aquí, pero la vida no quiere y aunque intente olvidarte no podré, porque es más fuerte que el viento, mucho más suave que el cielo"

Media noche, el mar, las olas, la playa, el frío y él. Pensaba y porque no olvidarla en brazos de aquella su amiga fiel que dejó durmiendo en su lecho. Pero algo le decía que era más placentero, excitante olvidarla en los brazos del océano además allí encontraría su verdadera libertad y tras esto fue en busca de su destino, "Soy un cobarde" se dijo y tras esto siguió su marcha a la eternidad...

"...Siento que tu partida le traerá dolor a mi corazón, como en sueños tu te vas al morirse el sol, solo el llanto quedará de este dulce amor....Hundes mi vida y es triste saber que te llevas mi juventud, yo he descubierto el sabor que deja tu rencor en mi corazón, que triste es decir adiós cuando existe amor"
(RJLR)
Escrita a fines de 1990

EL SUEÑO DE SOÑAR



¿Dónde se pierde mi sueño por tí?
¿Dónde mi canto llega a soñarte?
¿Dónde mi vida es para ti?
En tus ojitos, en esa mirada
En tu llanto y risa sin parar.
Tengo ese deber de ser tu guia,
tengo esa sublime obligación de estar ahí,
porque eres el impulso en mi andar.
Sé que el viento te llevará por el mundo
pero ese viento en Navidad te traerá
Seré viejo con el sol de mis sueños
pero quiero verte mozo y honesto,
feliz y sincero con la tierra y tus sueños.
Los tres, mamá, tú y yo danzaremos
en la noche de invierno del calor familiar
y la nostalgia nos envolverá al recordate
esos tres años que hoy cumples.
(RJLR)
Escrita en Octubre del 2013

viernes, 24 de julio de 2015

ESE FUTBOL PURO


Cada partido era una gran final. Era un sueño cotidiano hecho realidad. El despertar antes del astro rey en las vacaciones era un ritual, el frío y la humedad de la lluvia de la noche anterior eran unos compañeros más.
El ser estrella no interesaba, solo importaba recibir del barrio, de la cuadra, el reconocimiento, la sonrisa de que le gustaba lo que se hacía con la pelota.
Han pasado mucho años, pero, sin duda que he jugado muchas finales, muchos partidos históricos, varios compromisos del siglo.
Cuando el tiempo no existía, cuando el manto oscuro de la noche ponía fin “al choque de trenes”, o quizás cuando la “vieja” de alguno de nosotros daba los tres pitidos finales imaginarios, de que todo tiene un final y todos corríamos espantados, cual ratones a sus madrigueras.
En esa época se jugaba el fútbol en estado puro, sin contaminación alguna.
Ese fútbol lejos de ser empresa, de ser industria. Se jugaba cuando éramos niños. Esos grandiosos escenarios, que han marcado en nuestra historia personal, muchos más importantes que el Maracaná o el Camp Nou: la calle, el canchón, el lote vacío, la chacra sin sembrar, el rústico patio de la escuelita fiscal, ahí era la verdadera fiesta del balón.
Cuando el formar los equipos era todo un ritual, donde los códigos se respetaban; cuando los capitanes uno a uno escogían su gente, y rigurosamente esperábamos ser llamados a integrar algún equipo y que nos divertiríamos defendiéndolo a morir.
Cuando los arcos eran un montón de piedritas apiladas o dos piedras grandes, cuando era difícil soñar con un árbitro, en todo caso las decisiones eran consensuadas, reclamadas de forma alterada, sí, pero respetadas y acatadas.
Cuando los fuera de juego no existían. Cuando hacíamos un gol, lo hacíamos todos. No existía el héroe del partido. No había número en la espalda, el 1, 9, 10 no contaba.

En aquel entonces el fútbol era químicamente puro. Hoy, ese canchón, ese parque, luce bonito, verde, limpio, pero ha perdido libertad, está enrejado cual gueto de la modernidad. Y los niños usan vistosas armaduras de colores con marcas rimbombantes. El fútbol se contaminó.
(RJLR)

(ESCRITA EN AGOSTO DEL 2013 Y PUBLICADA EN AS DEPORTIVO)

ROSA ES TU BANDERA


No sé porque te agobias.
No sé porque té “arrochas”.
No sé porque sufres.
En la vida de todo encontrarás.

Siempre solía decirte
en la vida insectos de todos
tipo existirán, júralo.
Ya encontraras una respuesta,
ya encontraras una razón,
pero por ahora se libre
vive no te frustres.

Pero  siempre abra hipócritas,
cuídate de eso vertebrados;
pero sabes  yo te aseguro  que entre
ellos habrá también uno de tu gremio.
Rosa es tu color, rosa es tu bandera
sean feliz él con él y  ella  con ella.

(RJLR)

(Escrita en 2003. Del S-III)

IRLANDA



Para mucha gente,  Irlanda  evoca imágenes de verdes campos y valles cubiertos por la bruma. No obstante, fuera de la industria turística, un paisaje agradable no suele producir riqueza, de modo que este tipo de vistas sólo pertenece a las páginas  a todo color de los folletos de las agencias de viajes.
Cuando  Irlanda obtuvo si independencia como nación en 1922, era un país eminentemente rural. Sus gobernantes y ciudadanos miraban con codicia hacia el cuadrante nororiental de la isla, el cual seguía perteneciendo a Gran Bretaña. Esa región era más rica; era la única región de Irlanda que había presenciado una extensa industrialización. Así, el resto de la isla parecía destinado a permanecer eternamente verde y pobre; su mayor exportación era la gente. Esto propició que la falta de autoestima creciera. Había un sentimiento de que el país era víctima de fuerzas más allá de su control.
A partir de 1960 se realizaron intentos por atraer  industria manufacturera del extranjero. La Autoridad de Desarrollo Industrial (IDA,  por  su sigla en inglés), una oficina  gubernamental, construyó infraestructura e instalaciones  industriales, mientras que el gobierno ofrecía  generosas exenciones  de impuestos, como una moratoria de diez años sobre pagos de impuestos corporativos. Estas maniobras tuvieron éxito solo en parte. La competitividad irlandesa era baja. Y la infraestructura  (a pesar  de los mejores esfuerzos de la IDA) en muchos sectores se encontraba hundida en un abismo. Un ex director de la IDA contaba que, en cierta ocasión, llevaron en helicóptero a un potencial inversionista a ver un lugar para unas instalaciones  para que no sufriera por el espantoso estado de las carreteras.
A fines de los años 70 y principios de los 80, la geografía física todavía desempeñaba un papel importante en la economía internacional, y la localización de Irlanda en la lejana periferia occidental de Europa significaba que simplemente estaba demasiado lejos de los mercados potenciales. A la  mayoría de quienes se establecieron allí los atrajo la posición de Irlanda como miembro de la Comunidad Europea. La dependencia del país de las operaciones comerciales en el exterior hizo al sector industrial vulnerable a las tendencias en el ciclo global de los negocios.
La  emigración de Irlanda aumentó de nuevo en la década de 1980, pero a diferencia de muchos de los primeros emigrantes de ese país, ahora solían ser personas con muy buen nivel de educación  las que abandonaban la isla. Asimismo, a diferencia de los primeros emigrantes, con frecuencia regresaban a Irlanda después de haber adquirido experiencia y buenos contactos fuera del país. Comenzó entonces a surgir entre los irlandeses un nuevo sentimiento de autoestima y, con éste, una  nueva actitud hacia el resto del  mundo. Irlanda ya no era un lugar de exilio sino uno e oportunidades y una fuente de prosperidad.
El  hecho de que el país no hubiera aprovechado la oportunidad de emprender la industrialización se iba viendo, cada  vez más, como una bendición. Ello significaba que no existía allí una planta industrial  inactiva ni una  fuerza de trabajo desempleada, nacida y criada para la industria pesada. Significaba también que la economía del país podía aprovechar las nuevas tendencias al otro lado de sus fronteras  en la economía global. Irlanda podía comenzar desde cero. A fines de los 80, los desarrollos de la tecnología cibernética dejaron bien en claro que los empleos y la prosperidad  podían encontrarse en el extremo del cable de teléfono. El potencial de Irlanda para desempeñar un papel trascendental  en el sector de la tecnología de la información se volvió una realidad. Se promovió una mayor preparación en el campo de la informática entre todos los sectores de la población, y se mejoró la infraestructura de las telecomunicaciones. En 1992 surgió la visión de Irlanda como el “centro  electrónico de Europa”. Europa se encaminaba en dirección a un mercado único,  así que  ¿por qué  no podía  Irlanda encontrar un nicho muy rentable  como base para la penetración de las telecomunicaciones en ese mercado? El país ya contaba con una gran base de trabajadores jóvenes y bien preparados que podían satisfacer las demandas de la mano de obra de los inversionistas.
La naturaleza visionaria y casi profética del concepto de centro electrónico se hace evidente cuando se recuerda que fue desarrollado en 1992, es decir. Antes de que Internet se integre al mundo comercial.

Del Libro: EL PRÓXIMO ESCENARIO GLOBAL. Autor:  Kenichi Ohmae