Antes del partido, los cronistas
formulan sus preguntas desconcertantes:
- ¿Dispuesto a ganar?
Y obtienen respuesta asombrosa:
- Haremos todo lo posible por
obtener la victoria.
Después, los relatores toman la
palabra. Los de la tele acompañan las imagene, pero si bien saben
que no pueden competir con ellas. Los de la radio, en cambio, no son
aptos para cardícacos: Estos maestros del suspenso corren más que
los jugadores y más que la propia pelota, y a ritmo del vértigo
relatan un partido que suele no tener mucha relación con el que uno
están mirando.
En esa catarata de palabras, pasan
rozando el travesaño el disparo que uno ve rozando el alto cielo; y
corre inminente peligro de gol la meta donde la arañita está
tejiendo su tela, de palo a palo, mientras el arquero bosteza.
Cuando concluye la vibrante jornada en
el coloso de cemento, llega el turno de los comentaristas. Antes los
comentaristas han interrumpido varias veces la trasmisión del
partido, para indicar a los jugadores qué debían hacer, pero ellos
no han podido escucharlos porque estaban ocupados en equivocarse.
Estos ideólogos de la WM contra la MW, que viene a ser lo mismo
pero al réves, usan un lenguaje donde la erudicción científica
oscila entre la propaganda bélica y el éxtasis lírico. Y habla
siempre en plural, porque son muchos.
(Del Libro: El fútbol a sol y
sombra. Autor: Eduardo Galeano)
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