viernes, 3 de abril de 2015

LA CRUCIFIXION EN DETALLE


La costumbre romana de la crucifixión seguía una serie  de procedimientos muy preciso. Una vez dictada la sentencia, la víctima era flagelada, con el consiguiente debilitamiento producido por la pérdida de sangre. Luego, con los brazos extendidos, era sujetada  -generalmente por medio de correas, aunque a veces se usaban clavos- a una pesada viga de madera colocada horizontalmente a lo largo de su cuello y de sus hombros. Cargada con este madero, era entonces conducida al lugar de la ejecución. Una vez allí, con la víctima colgada de él, el madero era alzado y unido a un poste  o pilote vertical.
Colgada así de las manos, a la víctima le resultaba imposible respirar a no ser que los pies también estuvieran sujetados a la cruz, lo que le permitía apoyarse en ellos para aliviar la presión que sufría en el pecho. Pero a pesar del terrible dolor, un hombre suspendido con los pies sujetados  -y especialmente un hombre sano y en buena forma-  normalmente sobrevivía como  mínimo uno o dos días. De hecho, a menudo la víctima tardaba  hasta una semana en morir: de agotamiento, de sed o, en el caso de que se utilizasen clavos, de una infección de la sangre. Esta agonía atenuada  podía acelerarse rompiendo las piernas o las rodillas de la víctima, cosa que,  según los evangelios, se disponía a hacer los verdugos  de Jesús antes que se lo impidieran.  La ruptura  de las piernas o de las rodillas  no era  tormento sádico  complementario. Al  contrario, era un acto de  misericordia, un golpe de gracia que provocaba  una muerte muy rápida. Sin nada que sostuviera a la víctima, la presión en el pecho se hacía intolerable  y el desgraciado se asfixiaba  rápidamente.
 (…) ¿Qué pudo construir  la causa de la muerte? No el lanzazo en el costado, pues el cuarto evangelio afirmar que Jesús ya había muerto cuando le fue infligida esta herida  (Juan 19, 33). Sólo cabe una explicación: la muerte se produjo a causa de una combinación de agotamiento, fatiga, debilitamiento general y el trauma de la flagelación. Pero ni siquiera estos factores tenían por qué resultar  fatales tan pronto.  (…)  Según el cuarto evangelio, los verdugos de Jesús se disponían  a romperles las piernas, lo que hubiera acelerado su muerte.  ¿Por qué tomarse esta molestia si ya  estaba moribundo?  En otras palabras no valía la pena romperle  las piernas a Jesús a  menos que la muerte no fuera en realidad inminente.
En los evangelios la muerte de Jesús se produce en un momento que resulta casi demasiado conveniente, demasiado oportuno. Se produce justo  a tiempo de impedir que los verdugos  le rompan las piernas. Y, al producirse precisamente en tal momento, le permite cumplir una profecía del Antiguo Testamento.
En resumen, el aparente y oportuno “fallecimiento” de Jesús –que en el momento preciso le salva de una muerte cierta y le permite cumplir  una profecía-  es sospechoso por  no decir algo peor. Es demasiado perfecto, demasiado preciso para ser una coincidencia. O se trata de una interpolación posterior, una vez ocurrido  el hecho, o forma parte  de un plan cuidadosamente trazado. Hay muchas pruebas complementarias que sugieren que se trata de los segundo.
En el cuarto evangelio Jesús,  colgado en la cruz, declara que tiene sed. En respuesta a esta queja le  ofrecen una esponja  supuestamente  empapada en vinagre, incidente que aparece también en  los otros evangelios. Generalmente se interpreta que dicha  esponja es otro acto de burla sádica. Pero ¿lo fue realmente?  El vinagre  -o vino agriado- es un estimulante temporal cuyos efectos no son distintos  de los de las sales aromáticas. Se utilizaba con frecuencia en aquel tiempo para reanimar a los esclavos de las galeras. En un hombre herido y agotado, un poco  de vinagre,  olido o degustado, surtiría un efecto restaurador, una oleada  temporal de energía.  Y, sin embargo, en el caso  de Jesús el efecto es justamente lo contrario.  Apenas inhala o degusta la esponja, pronuncia sus palabras finales  y “entrega el espíritu”. Desde el punto de vista fisiológico, esta reacción sería perfectamente compatible con una esponja empapada, no en vinagre, sino en algún tipo de droga soporífera, un compuesto de opio o de belladona, o de ambas cosas, por ejemplo, que era algo que en aquel tiempo se utilizaba  frecuentemente  en Oriente Medio. Pero  ¿por qué le ofrecerían una droga soporífera? A menos que el acto de ofrecérsela, junto con los demás componentes de la crucifixión, formarse parte de una estratagema compleja  e ingeniosa, una estratagema  cuya finalidad era producir una muerte aparente  cuando, en realidad, la víctima seguía viva.  Semejante estratagema no sólo hubiera salvado de vida de Jesús, sino que, además, habría  convertido en realidad las profecías  del Antiguo Testamento sobre la llegada de un mesías.


(Del  libro: El Enigma Sagrado. Autores: M. Baigent, R. Leigh y H. Lincoln)

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