Javier, periodista de televisión, entra al
gimnasio con una son risa prefabricada. Lanza un saludo general a los demás,
piensa que es el salvoconducto para el
olvido y se sube a la bicicleta, un trono
temporal. Desde allí mira el museo
de pesas, máquina y bolsas de boxeo. El ejercicio de la ducha de las cinco, las últimas escalas de la
tarde, los trámites del cuerpo, un pretexto para la soledad. El trote y las
pesas y la cortina de agua, barreras
antes y contra el noticiero, contra los corredores del canal, contra
su gesto de robot risueño frente a la cámara,
su cara de emitir noticias.
Es así. Llegar, ponerse la corbata,
aclimatar una cara de muñeco frente al ojo vibrante, decir buenas noches
amigos, hoy el presidente Fujimori
anunció una donación de computadoras, y aquí nuestros principales titulares;
monologar una hora, sonreír con una inocencia, despedirse. Era una cuestión de
poner el cuerpo, repetir las frases, estirar el cuello como un cisne de fierro
hasta la negrura bienvenida de la media noche (un Dormex a esa hora a los dos
de la madrugada).
Su
vida, un campo de entrenamiento de caras felices, un payaso serio
repitiendo bromas frente al ojo oscuro
del mundo. Esa tarde, después del gimnasio (y de la sala vacía y de la cara de
su esposa Marita: “Allí está tu sopa, gordi, ya te mandé planchar tu camisa”),
otra vez las paredes de manchas largas del canal, otra vez el polvo del
maquillaje frente al espejo, ¿ponemos nuestra cara de cojudos o todavía? Ay,
cállate le decía Jimena que leía las
noticias a su lado, pero si es la verdad, pues, mira, buena noches, amigos, hoy
es miércoles veinte de mayo del año 2000 y estas son las principales noticias
cuando debería decir buenas noches amigos, yo soy el mayordomo
comisionado a la pantalla y vengo de parte de los cocineros de este canal que en coordinación con los delincuentes de
terno y corbata del SIN le han preparado el siguiente bufet de comunicados
oficiales. Aquí va la bola perfumada que
les hemos empaquetado. El gobierno donó
diez tractores y veinte carros patrulleros, ñaca, ñaca, chúpense esa. El ministro anuncia donaciones de cien
computadoras, jojolete, va por ustedes. Viva nuestra Fuerza Armada, viva el
presidente Fujimori, viva el doctor Montesinos, arriba esas palmas, compañeros.
Eso es lo que tenemos que decir, Jime, sólo que no. Nunca la decencia de reírse mientras habla.
Debía velar por su sueldo, por su hija,
por su terno, por el brillo en sus zapatos, por su pijama sin huecos,
por su esposa Marita que es la sobrina del dueño. Nunca ponerse la nariz de payaso frente a
cámaras ni a dibujarse la boca roja ni a
ponerse un traje a colores. Un payaso circunspecto, un bufón crispado, un
malabarista paralítico. Ñaca, ñaca, jojolete. Buenas noches, señores, el más cómico de todos los saluda, los informa
y despide gritando que viva el circo.
Se levanta, entra al baño, se despide
rápidamente de Marita, la cara de nueve
años, la piel tibia de Paola (“voy a verte, papi, no me duermo, voy a verte), y
se sube al Peugeot que el canal le acaba de regalar. La hilera de carros
rabiosos, los casetes del Chico Buarque contra el ruido de afuera, hasta las
escalares la piedra plastificada, sube a toda velocidad, como huyendo de algo
que sube con él.
Adentro, la rutina esperada. La reunión con
Tato, el repaso de los papeles, las pastillas. La música rápida, él contento. Javier está sentado. Las facciones
profesionales, el esbozo
risueño, el medicamento de las palabras: “Buenas noches, amigos, hoy es
miércoles veinte de mayo y estas son las
principales noticias de la jornada…”.
Del libro: Grandes Miradas. Autor: Alonso Cueto
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