Los sucesos llegaron a su límite en
marzo de 1992. A su regreso de nueva visita al Japón. Fujimori
encontró el frente doméstico con más problemas que nunca. El
sistema judicial, se quejó ante sus asesores, parecía determinado a
contrarrestar sus iniciativas antiterroristas. La Corte Suprema había
dictaminado sólo un par de días antes que no había suficientes
pruebas para juzgar a Abimael Guzmán por cargos de subversión,
asesinato y ataques armados. Al mismo tiempo, más de cien
prisioneros convictos por cargos de terrorismo habían sido puestos
en libertad en circunstancia sumamente sospechosas. Irritado,
Fujimori rehusó la primera de una serie de recomendaciones para
nuevos nombramientos judiciales que le habían enviado el Consejo
Nacional de la Magistratura (CNM).
Pero fue la propia esposa de Fujimori,
Susana, quien le hizo el mayor daño. El 24 de marzo de 1992, en una
bulliciosa conferencia de prensa en vivo, acusó a su propia familia
política de traficar con las donaciones de ayuda, principalmente
con la ropa usada enviada por amigos de Japón para los pobres del
Perú. La mayor culpable era Clorinda Abisui, esposa de su cuñado
Santiago, dijo Susana. Clorinda y Rosa, la hermana mayor de Fujimori
y esposa de Víctor Aritomi, embajador de Perú en Japón,
seleccionarían las pilas de ropa a ser distribuida entre los más
necesitados apropiándose de la mejor para sí misma y destinado
las de segunda calidad a la venta en boutiques elegantes de ropa de
segunda mano. “Sólo llevaban estropajos a las provincias”,
declaro. Susana, adicionalmente, acusó al mismo Santiago (a quién
se refería como un “pendejo”) y a su cuñada Rosa de canalizar
las donaciones oficiales japonesas por fuera de la Fundación de
los Niños del Perú que ella lideraba. Sus acusaciones causaron una
tormenta de interés público, y de la prensa, al punto que dominaron
las noticias durante días.
El ataque era particularmente
sorprendente por venir de una mujer que siempre había mostrado
apoyo a su esposo en público. Mientras visitaba algunos pueblos
jóvenes esa tarde, Fujimori fue sorprendido abiertamente cuando
los periodistas le preguntaron sobre las acusaciones frontales de su
esposa. Se limitó a decir, cautelosamente, que hasta donde él
sabía, las donaciones habían sido distribuidas “en forma
adecuada”, pero prometió “una posición inflexible sobre la
moralización”. Dentro de las 24 horas, el llamado “Ministerio
Público” había designado a un fiscal especial para investigar
las explosivas acusaciones de Susana. La primera dama ya había dicho
que ella podía proporcionar nombres y detalles de las tiendas donde
estaba siendo vendida la ropa en cuestión.
Había un buen fundamento para creer
que el asunto de Susana era el detonante inmediato para un golpe: la
acusación contra la familia de su esposo era, en sí misma,
claramente insuficiente; sin embargo, pudo haber acelerado la
decisión ya tomada. Algunos analistas detectaron la mano de
Montesinos, quien habría intentado fortalecer su posición a costa
de influyente Santiago Fujimori. Significativamente, el fiscal ad
–hoc asignado para la investigación fue Víctor Cubas, quien
había trabajado para Vladimiro Montesinos en defensa de traficantes
de drogas a principios de los 80. Un manojo de periodistas comenzó a
oler un encubrimiento. Al mismo tiempo, el Congreso amenazó con
designar a una comisión para investigar las acusaciones de Susana en
cuanto se reuniese el 7 abril.
La prensa pro Fujimori, desconcertada
con las acusaciones de Susana, hizo lo que pudo. El 29 de marzo,
Expreso decía que las promesas de extensa investigación “devuelven
la tranquilidad al país” y “revelan una actitud clara ante la
inmoralidad”. Sin embargo, el asunto de la ropa usada provocó el
primer cuestionamiento público sobre la posible (aunque a pequeña
escala) corrupción en el gobierno y sobre la verdadera relación
entre Fujimori y Susana.
A partir del jueves 2 abril en
adelante, Fujimori y Montesinos sostuvieron una serie de largas
reuniones con el alto mando del SIN y oficiales militares; Susana
desapareció de la escena pública y no fue vista durante muchas
semanas; y toda la familia Fujimori se mudó de Palacio a un lugar
más seguro adentro de la sede del Ejercito, el “Pentagonito”.
El viernes y sábado, varias reuniones de alto nivel se llevaron a
cabo en la sede del SIN en Chorrillos, encabezadas por Montesinos. El
día sábado Fujimori se reunió nuevamente con los altos mandos del
Ejército y rechazó siete esperanzadoras candidaturas a la Corte
Suprema, supuestamente porque era opciones “políticas”.
Simultáneamente, se estaban
desarrollando presiones incómodas en el frente externo – y ya no
estaba Hernando de Soto para tratar con los americanos. En
anticipación a su viaje programado al Perú para principios de
abril, el subsecretario de Estado para las Américas de los Estados
Unidos, Bernard Aronson, envió a Fujimori una lista de 170 mandos
del Ejército que se consideraba que estaban involucrados en el
tráfico ilícito de drogas. Aronson había solicitado a Fujimori que
diese los pasos necesarios para efectuar una purga de los
mencionados oficiales: los dos tenían programado una reunión para
el 6 de abril.
Toda la evidencia disponible muestra
que la decisión del golpe de estado fue tomada el viernes 3 de abril
e inmediatamente fue comunicada a las cabezas de las tres armas.
Nicolás de Bari Hermoza Ríos, comandante general del Ejército y
jefe del Comando Conjunto; almirante Alfredo Arnaiz, de la Marina
peruana y al comandante general de la Fuerza Aérea, Armando Velarde.
El texto del mensaje de Fujimori a la nación estuvo en manos de
Montesinos el domingo por la mañana; en la tarde, Fujimori lo grabó
en una cinta de vídeo y acompañado por Montesinos, llevó a cabo
una reunión con el entonces ministros de Trabajo. Para las 6 p.m.,
los oficiales de guardia en la sede de la Segunda Región Militar en
el Rimac y otras entidades claves de las Fuerzas Armadas habían
recibido órdenes del general Hermoza para que estén totalmente
preparados para mover sus tanques hacia las calles de Lima cuatro
horas después.
En el círculo del poder más
inmediato, los ministros del gabinete fueron los últimos en
enterarse. Fujimori los llamó al Pentagonito a las 9:00 p.m., justo
sesenta minutos antes de que el vídeo grabado saliera al aire...
(Del Libro: El Expediente
Fujimori: El Perú y su Presidente 1990-2000- Autora: Sally Bowen)
No hay comentarios:
Publicar un comentario